Creo que estamos atravesando una crisis de confianza. No comprendemos el mundo en que vivimos. Hay una crisis económica y mil explicaciones de ella, pero ninguna es sencilla y, mucho menos, clara. El discurso político (del gobierno y de la oposición). No sintoniza con la realidad en la que estamos inmersos. Vivimos en la sociedad de la información, pero pocas veces hemos estado tan desinformados y tan poco sabedores de lo que es verdad y de que es mentira. La información se ha convertido en espectáculo. Se proponen modelos escasamente edificantes. El discurso moral se ha debilitado y las ideologías han perdido vigor. El individualismo se ha adueñado de la sociedad. Los telediarios están llenos de muertes, robos, corrupción, y violaciones. Todo eso daña la confianza.
Necesitamos tener confianza en los demás: en las personas en las instituciones, en los gobiernos. Creo que esta sociedad moderna y pretendidamente democrática necesita recuperar un discurso basado en la confianza. La confianza es una necesidad emocional que nos permite relacionarnos de forma sana con los demás: con las personas, con las organizaciones, con los gobiernos. No podemos vivir instalados en una desconfianza radical. La sociedad no funcionaría si no existe un mínimo de confianza en los demás. Necesitamos confiar en que el médico nos curará, en que el profesor nos evaluará justamente, en que la policía nos defenderá si llega el caso, en que la comida servida en el restaurante está en buenas condiciones y en que el juez no estará corrompido si tiene que juzgarnos…
Necesitamos confiar en nuestra familia, en nuestra pareja, en nuestros hijos, en nuestros amigos y amigas...“Confianza es una palabra a la que hay que otorgar mucha confianza”, dice Muntean Rosenblum. Los cambios acelerados en el modelo de familia, la pérdida de valores tradicionales, los movimientos migratorios violentos, los cambios en los modos de trabajo, la aparición de tecnología cada día más compleja, el desarrollo de mercados globalizados emergentes, los nuevos patrones de conducta, la percepción de un futuro incierto, la sensación de ausencia de control sobre el curso de los acontecimientos, la sensación de injusticia, los escándalos financieros, las mentiras de los políticos, las falsas promesas, los mensajes contradictorios, los casos de corrupción, la pérdida progresiva de empleo...producen una crisis de confianza.
Demasiados cambios, rapidísimos cambios, profundos cambios para una misma capacidad de afrontarlos. Ahí estamos. Podemos tener mucha confianza, bastante confianza o algo de confianza. Podemos no tener ninguna, es decir no confiar en nada ni en nadie. E, incluso, podemos desconfiar sistemáticamente de todo y de todos. Hay personas desconfiadas por naturaleza, por aprendizaje o por hábito. Todos conoceremos alguna. Son esos profesores que, cuando se hacen cargo de una clase, automáticamente dicen que ese grupo fracasará. Son esos pacientes que, cuando acuden al médico, desconfían de que `pueda hacer algo por ellos. Son esos ciudadanos que, cuando hay que votar, dicen que todos los políticos son iguales.
La confianza lleva inherentemente aparejado el riesgo. Mientras más confiamos, más fácilmente podemos ser defraudados. Por eso algunos prefieren no confiar en nadie. Así no se llevan el chasco. Dado que la confianza se proyecta en otros y hacia el futuro, siempre existe el riesgo de ser decepcionados. Por eso decía aquel creyente: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confiaba”. Es probable que muchos ciudadanos de Estados Unidos y del mundo vean frustradas sus confianzas al haber depositado en el Presidente Obama más esperanzas de las que un ser humano puede satisfacer.
Si tenemos confianza en los demás es, probablemente, porque también confiamos en nosotros mismos. La persona desconfiada tacha de ingenua o de boba a la que confía. Para salir de esta crisis es preciso reactivar la confianza. En nosotros mismos, en los demás y en las instituciones. Lo cual supone mejorar la autoestima y trabajar por la mejora de las relaciones y el desarrollo de los valores democráticos.
Miguel Ángel Santos Guerra Universidade de Málaga, Espanha. Departamento de Didáctica e Organização Escolar
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