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Ciencia sin conciencia

Voy a centrarme en un conflicto que está interpelando las conciencias de los ciudadanos y ciudadanas de Europa. Podría haber elegido otra causa, otro problema, otra herida. Cualquiera de ellas nos lleva a esta cuestión que pretendo plantear y que, en definitiva, nos remite a esta pregunta de gran calado: para qué sirve la escuela?

La crisis de los refugiados y refugiadas nos está poniendo contra las cuerdas. Cómo se pueden cerrar las puertas a familias enteras que huyen del terror? Cómo podemos dejar abandonados y abandonadas a su suerte (a su mala suerte) a tantos niños y a tantas niñas que se han quedado sin hogar porque les ha echado del suyo el terror? Cómo podemos mirar para otra parte viendo a esas riadas de personas que buscan cobijo, trabajo y futuro?
Me pregunto para qué nos ha servido la escuela, para que nos ha servido la educación. Si no se nos remueven las entrañas ante tanto dolor, tanto desamparo, tanta miseria, tantas personas sin techo, sin comida, sin raíces, sin futuro, no podemos decir que estamos educados. Muchas veces me planteo esta pregunta: si los grandes triunfadores del sistema educativo, que son quienes gobiernan los pueblos, no son capaces de atender problemas como éste, por qué hablamos de éxito del sistema educativo?
La educación es una acción ética. Puede hacerse, puede no hacerse o puede hacerse de manera equivocada. Es decir que las acciones pueden tener excelencia moral o ser injustas. Las entrañas éticas de la acción educativa exigen respuestas morales a los problemas que surgen en el mundo. La enseñanza es un compromiso ético-político.
La educación es una interpelación por el rostro del otro. La epifanía del rostro del otro nos interpela, nos sitúa ante la acción ética. La hospitalidad es la acogida del otro en cuanto otro. Hospitalidad es la cualidad de acoger y agasajar con amabilidad y generosidad a los invitados o a los extraños. Hospitalidad se traduce del griego fi.lo.xe.ní.a, que significa literalmente amor (afecto o bondad) a los extraños. Si no tenemos hospitalidad, qué hemos enseñado en la escuela?

Para qué la escuela? En el año 2001 Philipe Perrenoud escribió un artículo titulado “L ´école ne sert à rien!”. Una página y media solamente, pero sustanciales. Dice que la escuela no tiene más que estos dos objetivos básicos: “Desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo y construir herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como colectiva”.
Se pregunta Perrenoud: “Para qué les ha servido la escuela a los americanos si la emoción y el nacionalismo asfixian el juico de tantas personas instruidas?”. Respecto a Europa, dice: “La gente lleva y mantiene en el poder a partidos que sostienen a los responsables de sus males. Ahora bien, todos los europeos han acudido a la escuela durante mucho tiempo”.
Perrenoud invita a los docentes a recordar que “ciencia sin conciencia no es más que la ruina del alma” y que “la acumulación de saberes fragmentarios no garantiza una cabeza bien amueblada”.

No hay excusas. El otro que llega tiene que poder mantenerse en su mismidad, no tenemos que robarle su cultura y obligarle a que renuncie a sus valores, a sus creencias, a su cultura, a sus costumbres. No debe renunciar a ser él mismo, obligado por las exigencias de los anfitriones.
– Heme aquí – dice el refugiado – no me violentes, no pretendas reducirme a tu mismidad.
Hemos levantado fronteras que solo sirven para hacer la guerra y no para abrir las puertas, que solo sirven para decir al otro: tú no puedes entrar. Las fronteras, que son las cicatrices de la tierra, se están poniendo al servicio de la exclusión.
La lentitud y la pasividad de quienes tienen poder constituyen una crueldad inusitada. Porque mientras los que mandan se ponen de acuerdo, las víctimas siguen siendo víctimas. Mientras se aplazan las soluciones, las personas siguen teniendo como techo el cielo y como casa la intemperie.
La Europa de los valores se ha convertido en la Europa del mercado, del dinero, de los bancos, de los intereses, del egoísmo colectivo. Solo se ve al otro como una fuente de ingresos. Se le busca para explotarle, no para ayudarle. El cuidado del otro es lo que nos hace responsables. Ser responsable es ser capaz de dar respuesta. Tenemos que responder porque el otro está llamando a la puerta. Podemos responder abriéndola o dándole con la puerta en las narices. Entonces no seríamos responsables.
Todo depende de nosotros. Ya no podemos echarles la culpa a los dioses, ya no podemos echarle la culpa al destino o al azar. “Cada vez tenemos menos excusas”, dijo hace ya muchos años Paul Ricoeur, filósofo y antropólogo francés. Creo que hoy ya no tenemos ninguna.

Miguel A. Santos Guerra


  
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