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Conocer, aprender, cambiar

Vivir es conocer, conocer es cambiar y cambiar es aprender. Vivir es aprender, aprender es cambiar y cambiar es conocer. Y, por último, vivir es cambiar, cambiar es aprender y aprender es conocer. Los tres, en tanto que sustantivos y verbos, son dimensiones continuas e inseparables en el proceso de existir. Las tres se constituyen como la base o el caldo de cultivo, a partir del cual los procesos de toma de conciencia y de empoderamiento van a constituir a los sujetos individuales y comunitarios. 

Las intervenciones socioeducativas buscan producir en las personas, en los grupos y las comunidades una toma de conciencia que les ayude a empoderarse; a transformarse en sujetos que eligen, de una manera realista, respetuosa, viable y sostenible, proyectar su futuro a partir de su pasado y de la vivencia de su presente.
Las personas y las comunidades se transforman en sujetos – en el sentido de Alain Touraine – cuando toman conciencia de ser en un contexto espaciotemporal determinado y, a través de esta misma toma de conciencia, se ven a sí mismos como sujetos de conocimiento, de aprendizaje y de cambio. Toda intervención socioeducativa pretende conseguir que las personas, los grupos y las comunidades elijan y construyan sus propios destinos. La toma de conciencia (la concientización, de Paulo Freire) y el empoderamento – en tanto que disposición o logro de las capacidades y possibilidades que permiten a las personas y comunidades decidir sobre aquello que les afecta – son los ejes que posibilitan que aquellas sean o se transformen en sujetos. Es en este sentido que los podemos caracterizar como procesos autoorganizativos, autoproductores y autogeneradores. Esto quiere decir que se sustentan o vehicu lan a través de tres dimensiones vitales tan entretejidas que resultan difícilmente  discernibles. Me refiero al conocimiento, al cambio y al aprendizaje. Conocimiento, cambio y aprendizaje son nombres; son sustantivos. Esto significa, en síntesis, que los podemos entender como actos – esto es, acciones acabadas – y, también, como resultados. En cada instante de nuestras vidas es posible definir, caracterizar y mostrar los cambios, los conocimientos y los aprendizajes que cada persona, cada grupo o comunidade ha realizado. Ellos son los que posibilitan que seamos, que estemos y que actuemos en cada uno de los instantes de nuestra vida. Por eso la persona es siempre ella misma pero, al mismo tiempo, es siempre diferente. La igualdad y la diferencia se dan de forma simultánea en el sujeto (Touraine) que, a lo largo de su vida, va construyendo un relato más o menos coherente de su yo; el relato que le permite percibirse como un ser continuo (Anthony Giddens), en proceso de ser en cada instante, pero también como un ser acabado en cada momento. Las identidades, sean individuales o colectivas, no son sino una manifestación de dicha percepción. De hecho, la manifestación más perceptible; aquella por la que los demás nos identifican y a la que dirigen sus interlocuciones.
La identidad – al igual que la cultura – no existe como algo acabado, como algo dado. Los discursos que se fundan sobre ella (los nacionalismos, por ejemplo) son como barcas, que pretenden permanecer inmóviles en la corriente de un río. Los que las gobiernan han de estar esforzándose continuamente por remar contra corriente para convencer a sus pasajeros de que, aunque parezca que se mueven, en realidad no lo hacen. Desde mi punto de vista, hay que ser o estar muy ciego, muy interesado, muy apático o muy indiferente para pretender no notar la fuerza de la corriente bajo el fondo de la barca. Las identidades son a un tiempo, proceso y resultado; nunca cristalizadas, siempre vivas y siempre en un continuo proceso de reconfiguración y de recreación.
Las tres dimensiones de la existencia son, asimismo, verbos: conocer, cambiar, aprender. Esto quiere decir que, al mismo tiempo que actos y resultados, son también acciones y procesos. Un proceso no está hecho sino de microactos o microresultados que se suceden de forma secuencial en el tiempo y en el espacio. Proceso y resultado no son sino dos miradas diferentes sobre un mismo objeto o sujeto. La primera construye continuidades y secuencias; la segunda, actos – acciones acabadas, diría Thomas Luckmann. Ser sujeto es ser acto y resultado al mismo tiempo que se es secuencia y proceso. Todo depende de la forma en que lo miramos y de lo que esperamos o pretendemos ver.
Vivir es conocer, conocer es cambiar y cambiar es aprender. Vivir es aprender, aprender es cambiar y cambiar es conocer. Y, por último, vivir es cambiar, cambiar es aprender y aprender es conocer. Los tres, en tanto que sustantivos y verbos, son dimensiones continuas e inseparables en el proceso de existir. Las tres se constituyen como la base o el caldo de cultivo, a partir del cual los processos de toma de conciencia y de empoderamiento van a constituir a los sujetos individuales y comunitarios. La concientización y el empoderamiento, en tanto que dimensiones que configuran de forma continua al sujeto individual y colectivo en el tiempo y en el espacio, son simultáneamente resultado y proceso, forma y fondo, texto y contexto. La conciencia de ser sujeto no tiene porqué suponer ni en las personas ni en la comunidades ni homogeneidad ni uniformidad; lo que supone, en todos los casos, es intención, sentido y dirección. Ser sujeto es ser tensión, conflicto, cambio y evolución. Un sujeto homogéneo o uniforme no es en realidad un sujeto. Como ya se ha apuntado, ser sujeto significa ser sujeto de cambio, de conocimiento y de aprendizaje. Asumir la condición de sujeto supone otorgar intención, sentido y dirección a dichos cambios. Acompañar y ayudar a las personas, a los grupos y las comunidades a ser sujetos es, desde mi punto de vista, el reto más importante que se les plantea a la educación y a la pedagogía social. Trabajar para superarlo es empezar a reescribir un futuro propio, diferente al que otros pretenden escribir para nosotros.

Xavier Úcar


  
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Edição:

Edição N.º 191, série II
Inverno 2010

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