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Hagamos el no!

En la educación, hay razones para que podamos y debamos participar de este propósito impaciente, hacedor de un “No” gigantesco que contravenga los dictados que el reformismo tecnocrático ha ido imponiendo en los últimos años.

Le debo el título a un buen amigo, Héctor Pose, profesor de la Universidade da Coruña, quien tras leer – con su acostumbrada mirada crítica y, aún así, siempre benevolente – mi última colaboración en A Página da Educação, añadía al “digamos no!” con el que concluía la redacción de mi texto la necesidad de hacer el no! Un reclamo cívico, al que más allá de sus pretendidas connotaciones paralizantes o destructivas, se añade el deseo de afrontar la mansedumbre y la resignación, a la que nos invitan los acomodados del neoliberalismo, com hechos que trasciendan las palabras.
En la educación, ya sea en las escuelas o en la sociedad, hay razones para que podamos y debamos participar de este propósito impaciente, hacedor de un NO gigantesco que contravenga – con iniciativas que alienten prácticas pedagógicas y sociales alternativas a las que hoy conocemos – los dictados que el reformismo tecnocrático ha ido imponiendo en los últimos años; y, con él, pretextando la búsqueda de salidas consistentes a una crisis socioeconómica sin precedentes, el retorno a esquemas y patrones de conducta que enfaticen la competitividad, el esfuerzo y sus rendimientos. Lo privado y particular se unen en detrimento de lo público, a pesar de los ingentes riesgos que comporta, como acertadamente há ilustrado – entre otros – Richard Sennett.

Lejos de ocultar sus ofensivas, los poderes conservadores, de cuño liberal, que des-gobiernan la mayoría de los países europeos (como sucede en Portugal o España) son, paradójicamente, los que están haciendo gala de las mayores dosis de intervencionismo: cambiando para que nada cambie. Volviendo a un pasado que creíamos desterrado, aunque sólo fuese por higiene democrática.
Está sucediendo en España con el trámite y anticipada promulgación del Proyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) cuya motivación explícita – tras declarar solemnemente que los alumnos son el centro y la razón de ser de la educación – no es otra que convertirla “en el principal instrumento de movilidad social, [que] ayude a superar barreras económicas y sociales y genere aspiraciones y ambiciones realizables para todos”, hasta el punto de identificar el nivel educativo de los ciudadanos con “su capacidade para competir con éxito en el ámbito del panorama internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro”. La magia de los valores – pedagógicos y sociales, en un proyecto de ley educativo que no nombra en sus más de 30.000 palabras el término “Pedagogía” – con los que envuelven estos afanes, nombrando de forma más o menos reiterada la calidad, el desarrollo personal, la integración social, la democracia, la convivencia o los derechos y libertades fundamentales, acentua la perversión de sus argumentos, obviando las injusticias e inequidades del contexto social en el que unos y otros se manifiestan. O refiriéndose a ellas como si se tratase de circunstancias abstractas, que afectan o podrán afectar a quienes no aprovechan satisfactoriamente las supuestas “bondades” del sistema… en un sálvese quien pueda que el desempleo, la “movilidad exterior” (eufemismo insultante, utilizado por la Ministra de Empleo, Fátima Báñez, para loar a los jóvenes que emigran a otros países, por falta de oportunidades en el suyo propio), o la corrupción que nuestros dirigentes políticos, financieros, etc. certifican a diario.

No cabe duda de que precisamos construir un mundo más estimable, local y globalmente. Llevamos siglos en ello, confiando a la educación la posibilidad de hacerlo, aún asumiendo sus insuficiencias. Lo intentamos individual y colectivamente renovando y ampliando las teorías y las prácticas educativas, comprometiendo a los profesores y educadores allí donde estén, trazando proyectos curriculares innovadores para los centros y la comunidad escolar, para la educación social y la animación sociocultural, para la inclusión y participación social… Décadas de búsquedas nobles y leales a favor de la educación de todos y del todo de la educación a lo largo de la vida… que es uno de los mejores modos de expresar lo que pretende la Pedagogía-Educación Social. Minuto a minuto haciendo el si… se puede, se quiere, se debe, a pesar de las frustraciones, las desesperanzas o los desasosiegos crecientes.
De ahí, en tiempos que urgen actuar, la reivindicación de un “hagamos el NO!” con todas sus consecuencias cotidianas, a las que la Pedagogía Social no puede ser indiferente. Sugerimos tres formas de concretarlo: recuperar el protagonismo cívico y convivencial, frente a cualquier silencio o aislamiento; conjugar los “basta ya!” y el “nunca máis” con proyectos que nos articulen e impulsen; ejercer la ética de las responsabilidades públicas, ante el maltrato y la dejación a la que se ve sometida por parte de quienes están obligados a situarla en la agenda de sus prioridades, al servicio del bien común, en los parlamentos y en las instituciones.
A veces, el NO es un SI crítico, firme y contundente en la lucha por la dignidad, la libertad y la justicia. Ninguna educación, dentro o fuera de las aulas, debería olvidarlo. Desde luego, ninguna “pedagogía” que se sustantive “social”.

José António Caride


  
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Edição:

Edição N.º 201, série II
Outono 2013

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