Página  >  Edições  >  N.º 177  >  Intervención socioeducativa, honestidad y gestión de expectativas

Intervención socioeducativa, honestidad y gestión de expectativas

Hace unos cuantos años definí la intervención socioeducativa como la irrupción en una realidad con el ánimo de modificarla (1992). La contundencia de la definición obedecía a la voluntad de resaltar el hecho de que toda intervención, en el ámbito de la educación social, supone la entrada en la realidad del otro ?sea un joven un adulto o una persona mayor- con la pretensión de modificarla o cambiarla a partir de las concepciones teóricas e ideológicas del interventor; sea este un educador, un animador sociocultural o un trabajador social.
La intervención se produce porque el educador -o la institución u organización que lo ampara- piensa, con mayor o menor fundamento, que la realidad de aquél otro no es la apropiada y dispone, en consecuencia, toda una serie de actuaciones para cambiarla. Como ha sido abundantemente repetido, no existe la neutralidad en el mundo de la educación: ni en los términos ni en los conceptos ni en las acciones. El educador busca, de manera intencional, influir en el otro, sea éste un sujeto individual o colectivo.
El educador nunca es neutral, siempre actúa desde un determinado modelo teórico e ideológico que justifica y explica, en buena medida, sus comportamientos, sus acciones y, sobre todo, los objetivos que pretende conseguir y las metodologías que aplica. Y eso es así más allá del hecho de que los educadores sean conscientes o no de que poseen estos presupuestos teóricos e ideológicos y de que los están proyectando hacia los participantes en todas y cada una de sus acciones.
Lo que intento destacar es que toda intervención socioeducativa, por más igualitaria que se pretenda, genera un espacio artificial para la relación. Artificial significa que el marco espacio-temporal en el que se produce la intervención modifica, de alguna manera, la vida cotidiana de los participantes ya que el educador busca, de manera intencional, conseguir unos resultados socioeducativos concretos. Lo que me parece importante resaltar es que estos resultados pueden estar marcados y predefinidos o pueden, por el contrario, ser construidos y/o consensuados entre educadores y participantes a lo largo de la intervención.
Es cierto que no toda pretensión de cambio se produce desde los educadores en los mismos términos. No es lo mismo coaccionar al otro para que cambie que, por ejemplo, facilitarle los recursos que lo ayuden a cambiarse a sí mismo. Aquí resulta pertinente la distinción que muchos autores han hecho entre intervención sobre e intervención con. La primera no tiene en cuenta para nada las opiniones, deseos o expectativas del otro y sólo obedece a la voluntad del educador, que es el técnico o el experto "que sabe". La segunda, por el contrario, se construye conjuntamente ?educador y participantes- combinando o compartiendo, en grados que pueden ser variables, los conocimientos y habilidades que cada uno de ellos posee. Es esta segunda perspectiva -que se sustenta sobre un planteamiento de horizontalidad relacional y está vinculada a perspectivas constructivistas- la que nos parece mejor y más apropiada puesto que, a diferencia de la primera, no supone asimetría relacional y respeta y aprovecha las aportaciones y recursos de todos y cada uno los participantes.
En esta perspectiva los educadores y participantes se encuentran al mismo nivel y sin jerarquías relacionales, pero unos y otros juegan unos roles claramente diferenciados. Los primeros aportan su formación técnica y su experiencia profesional en el abordaje de situaciones y problemáticas socioeducativas. Los segundos, el conocimiento y la experiencia -de primera mano y en primera persona- respecto de las realidades en las que se desenvuelven sus vidas; sean aquellas realidades físicas, psíquicas o culturales y pertenezcan al orden de lo imaginario, de lo simbólico o de lo real. Desde mi punto de vista, el proceso de intervención socioeducativa o, lo que es lo mismo, este tomar parte compartido -entre profesionales de lo social y participantes- en situaciones o problemáticas socioeducativas consiste, esencialmente, en contrastar y consensuar las líneas de acción y comportamiento que respondan, de una manera apropiada y satisfactoria, a aquellas realidades o problemáticas.
La investigación sociológica en educación ha mostrado que los educadores proyectan en el sujeto participante unas determinadas expectativas de comportamiento que generan como respuesta, no sólo unas conductas específicas, sino también y al mismo tiempo, otras expectativas concretas respecto el desarrollo y los resultados de la intervención socioeducativa. Buena parte del éxito de dicha intervención dependerá de la manera cómo se gestionen y se negocien ambos bloques de expectativas: las del educador social y las de los participantes. Si el educador quiere obtener resultados eficaces deberá necesariamente focalizar su intervención sobre la negociación y la gestión de las expectativas porque ésta es una de las pocas maneras de garantizar la motivación y la implicación de los participantes en las prácticas de educación social.
Creo que la honestidad del educador es un ingrediente clave de los procesos de intervención socioeducativa ya que alimenta la confianza y posibilita una gestión adecuada de las expectativas mutuas. La gestión de las expectativas depende, en primer lugar, del educador que es quien se relaciona cara a cara con los participantes. Pero aquel depende, en la mayoría de los casos, de decisiones políticas en lo que se refiere tanto a los objetivos a conseguir como a la disposición y asignación de recursos. La honestidad y la transparencia de los educadores respecto a los resultados esperables o a las posibilidades reales de cambio pueden contribuir a evitar situaciones y sentimientos de frustración, de engaño o de traición. Situaciones y sentimientos que pueden darse tanto entre los educadores como entre las personas que participan en la intervención socioeducativa. Quiero apuntar que no pienso en la honestidad como una virtud moral sino, en el sentido que la utilizaba Goffman (1974), en tanto que regla comunicativa y conversacional.
La honestidad y la transparencia de políticos y educadores, en todo lo que se refiere a las posibilidades reales de cambio, a partir de los procesos de intervención socioeducativa, son estrategias y recursos pedagógicos. Y esto, al menos, por dos motivos:

a) Porque contribuyen, de una manera determinante, a la motivación e implicación de las personas en dichos procesos.
b) Porque posibilitan -a través de los mecanismos de mutualidad y reciprocidad positiva- a modelar o desencadenar respuestas, en los participantes, con las mismas actitudes y comportamientos, esto es, honestidad, confianza y transparencia.

Xavier Úcar Martínez


  
Ficha do Artigo
Imprimir Abrir como PDF

Edição:

N.º 177
Ano 17, Abril 2008

Autoria:

Xavier Úcar Martínez
Dpt. Pedagogía Sistemática i Social. Universitat Autónoma de Barcelona
Xavier Úcar Martínez
Dpt. Pedagogía Sistemática i Social. Universitat Autónoma de Barcelona

Partilhar nas redes sociais:

|


Publicidade


Voltar ao Topo