EN EL LENGUAJE, Y CON ÉL EN LAS PALABRAS, ENCUENTRAN ACOMODO MUCHAS DE LAS IMÁGENES DEL MUNDO QUE HABITAMOS. TAMBIÉN SUS REALIDADES, REGISTRADAS EN LA MEMORIA HISTÓRICA DE LA CIENCIA, LA POESÍA O DE CUALQUIER EXPERIENCIA CREDA Y MOLDEADA EN LA VIDA COTIDIANA.
?Todo está en la palabra?, confesaba Pablo Neruda. En verdad, nada o muy poco es ajeno a las palabras, ya sea por lo que dicen, o por lo que ocultan y callan. En las palabras cabe todo o casi todo, incluido el complejo universo de la educación. También el de los profesores (y el de las profesoras), con sus particulares modos de ser y estar en sociedad, dentro y fuera de las aulas. El silencio mismo, obvia recordarlo, se resume en una palabra. Desde siempre hemos asumido que en expresiones como ?tener palabra?, ?tomar la palabra?, ?mantener la palabra?, ?llevar la palabra?, ?ser de palabra?, ?no decir palabra??, más allá de las formalidades, se manifiestan convicciones sociales con un profundo sentido ético y pedagógico. No tanto por lo que cada una de esas ?palabras? son en si mismas, sino y fundamentalmente por lo que se hace con ellas, en la comunicación, el diálogo o en las gramáticas. Palabras, en fin, que desbordan los diccionarios reivindicándose como una construcción social, transmisora de mensajes, sostén de culturas, crisol de derechos y consensos públicos; escenario también, hemos de admitirlo, de disidencias y fracasos. De ahí, tal vez, su importancia para quienes las procuran o conquistan. De ahí, sin duda, el valor del aprendizaje que las transforma en lectura, escritura, conocimiento o participación democrática. Acaso porque hoy, como nunca antes, somos conscientes de que la libertad y la diversidad requieren palabras que las nombren y evoquen como si de ellas dependiese una parte sustancial de nuestras respectivas identidades. De hecho, con las palabras hemos sido o somos alumnos, confiando a su buen uso la posibilidad de que se nos reconozca como maestros o educadores. No obstante, en tiempos de incertidumbre, y hasta de crisis, como en los que vivimos, el poder de las palabras se ha devaluado hasta extremos insospechados. En gran medida, como ya aventuraba MacLunhan, porque el medio, ?o los ?medios?, diríamos con mayor propiedad? deforman o suplantan sus mensajes sin que apenas existan oportunidades para recuperarlas. Peor aún, son muchas las palabras que se mutilan, mueren o desaparecen sin remisión, en aras del pragmatismo, la estulticia o la economía del tiempo, soterradas en las Academias de la Lengua, carentes de la más mínima estima y comprensión. Tal vez no debamos engañarnos. En plena era de las pantallas, elevados a ?oficiales? lemas en los que se testifica que ?las palabras vuelan, los ejemplos arrastran? o ?una imagen vale más que mil palabras?, éstas van quedando desprovistas de seducción, aminoradas en su capacidad para establecer diálogos, para expresar sentimientos o comunicar emociones. En el lado opuesto, las imágenes se agrandan y ?virtualizan? llenas de colorido, tecnología, inmediatez y supuesto realismo. Está pasando, lo estamos viendo, cabría decir en el más puro estilo CNN. Aunque podrá ser peor, como muestra la historia reciente, si las palabras condenan y sirven de condena, hechas texto y pretexto para justificar una guerra, mentir acerca de las razones que motivan la ocupación de un país, disculpar el asesinato de miles de inocentes, tergiversar o deslegitimar los acuerdos internacionales (lo que constituye, no podemos eludirlo, una falta grave a la ?palabra?)? De una y otra forma validando lo que ya Peter Berger, en su Pirámides de Sacrificio (1968) ?una extraordinaria reflexión sobre la ética y los males del desarrollo? juzgaba que son el peso o la fuerza violenta de las palabras en boca de los poderosos, frente a la levedad y fragilidad de los débiles. En medio de estas realidades, cabe a los profesores activar y, en ocasiones, rehabilitar el don de la palabra como expresión de los compromisos y responsabilidades que tienen contraídas con su profesión, con las instituciones educativas y la sociedad en su conjunto. La palabra recuperada como un patrimonio heredado, hecha cultura o/y currículum; la palabra como aventura iniciática o consolidada en la investigación, en la animación a leer y escribir; a transmitir conocimientos o a abrir debates; como fuente de iniciativas y voluntades. La palabra que expande argumentos y quehaceres que salen al encuentro de los hechos y de las razones que existen tras ellos, como incitación a la participación, a la enseñaza reflexiva y al aprendizaje significativo. La palabra que explica, interpreta, informa, asesora, desvela, guía, educa, duda, afirma, reivindica, dialoga, relata? La palabra que son palabras, en un escenario ?las aulas y los centros educativos? que muy poco podría hacer sin ellas. No sólo como un recurso fundamental en el decir y hacer, puesto al servicio del lenguaje y la comunicación humana; también, y sobre todo, como una forma de dar sentido a la dignidad humana, a cada persona y a sus circunstancias. En eso consiste la ética, como discurso y práctica que desafía a la profesión docente.
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