NO CONOZCO A NADIE QUE HAYA NACIDO PROFESOR, POR MUCHO QUE LA BIOGRAFIA DE ALGUNOS DE LOS QUE HE CONOCIDO Y CONOZCO PARIERA QUE NUNCA FUERON OTRA COSA, DADA SU IDENTIFICACIÓN CON EL ROL QUE DESEMPEÑAN EN DISTINTOS ESCENARIOS DE LA VIDA ACADÉMICA Y SOCIAL. MUY AL CONTRARIO, TODOS COMENZAMOS SIENDO AQUELLO QUE LOS PROFESORES PRECISAN ? AUNQUE NO SÓLO ? PARA SER RECONOCIDOS COMO TALES: ALUMNOS; O, EN SUS VARIADAS FORMAS, ESTUDIANTES, DISCÍPULOS, DISCENTES, EDUCANDOS, APRENDICES, PUPILOS ? AL CABO DE CUYOS RECORRIDOS, POR MUY DIVERSAS RAZONES, CONVERTIRSE EN PROFESOR O PROFESORA ES UN DESTINO POSIBLE.
En verdad, la mayoría de los profesores con los que me he ido topando son fruto de un quehacer propio y ajeno, en el que su voluntad de optar por la enseñanza como ocupación se ha visto refrendada por una preparación científica y pedagógica más o menos formalizada, en mayor o menor medida exigente con las responsabilidades asociadas a la profesión docente. Otros apenas lo intentaron, aunque el ?sistema? les dio la oportunidad de ejercerla, habilitando y retribuyendo una labor que están lejos de satisfacer, acreditados como ?profesores? sin que realmente lo hayan sido nunca, para su desdicha y la de quienes ?niños, jóvenes o adultos? han padecido o padecen su ?malestar?. Si fuese cierto que vivimos en y de una cultura del profesionalismo, que según Alasdair MacIntyre permite que las personas todavía puedan experimentar directamente los orígenes más antiguos y comunitarios de la obligación moral, lo que venimos exponiendo requiere observar a los profesores como personas que construyen su identidad profesional dando respuestas ?explícitas o implícitas? a múltiples proyectos y trayectos, suponiendo que están claras las motivaciones que subyacen a cada uno de ellos. Sin embargo, no siempre es así. Sirva como ejemplo la perplejidad de un buen número de ?aspirantes? a profesores que se sorprenden ante quien les pregunta por qué y para qué quieren serlo. O, más aún, la desesperanza que provoca constatar que nunca se han hecho semejantes preguntas a sí mismos, confesando sin excesivo reparo su falta de reflexión sobre estas cuestiones. En nuestras sociedades y por una curiosa alquimia, la lógica que subyace a la transición que permite que quienes comienzan por ser alumnos lleguen a ser profesores de ?otros alumnos?, tampoco suelen reparar demasiado en si los profesores nacen o se hacen, o si todos tenemos o no la posibilidad de ser maestros de algo o de alguien, máxime cuando ?como recuerda Savater? ?la función de la enseñanza está tan esencialmente enraizada en la condición humana que resulta obligado admitir que cualquiera puede enseñar? lo que no quiere decir que cualquiera sea capaz de enseñar cualquier cosa?. La racionalidad y la experiencia son bastante concluyentes al respecto, por lo que aún cuando podamos aceptar que se enseña en todas partes y por parte de todos, la convicción de que hay modos de educar y educarse que precisan de instituciones específicas ?como la escuela? o de profesionales cualificados ?como los profesores? es ampliamente compartida. Que esto sea así obliga a que la educación de la que se hacen cargo las escuelas y sus profesores se adscriba a algún tipo de ?proyecto? (socio-político, institucional, educativo, curricular, profesional, etc.), con la intención de abrir o consolidar ?trayectos? en los que vayan concretándose sus respectivas actuaciones y logros. De hecho, aunque con desigual visibilidad, buena parte de lo que acontece en las escuelas y de lo que hacen los profesores se espera que responda a esta forma de ver y hacer las cosas. No obstante, y aludiendo expresamente a los profesores, aún cuando podamos situarnos ante ?trayectorias? docentes más o menos consolidadas en el tiempo, la falta de ?proyectos? que los iluminen puede que esté más generalizada de lo que es imaginable y deseable en nuestros sistemas educativos. No tanto, quizá, por la falta de dedicación, formación o carencia de competencias científicas y pedagógicas vinculadas al trabajo docente, con frecuencia erróneamente soportado por el lema ?para enseñar basta con saber la asignatura?; sino, y sobre todo, por la fragilidad con la que se siguen contemplando ciertos cometidos de la profesión docente, relegando a un segundo plano la búsqueda de una formación más integral de los alumnos, propiciando actitudes, comportamientos, valores, experiencias, etc. que les habiliten como personas libres, críticas y responsables? en sus derechos y deberes como ciudadanos. En todo caso, poniendo énfasis en aspectos que no se remiten exclusivamente al dominio de los conocimientos, sino y esencialmente a las virtudes cívicas, obligando a repensar el verdadero alcance de la educación, en general, y de los educadores en particular, como proyecto y trayecto ético. Llegar a ser profesor, más allá de estar o ejercer como tal tiene mucho que ver con esto último, posiblemente ya desde el momento en que sólo se tiene la perspectiva de ser alumno.
|