Este proverbio africano expresa una idea sabia y profunda.
La tarea de la educación no es de la exclusiva incumbencia de la familia y de
la escuela. Otros muchos agentes participan en esa labor tan decisiva para los
individuos y para la sociedad.
Los niños y las niñas crecen en el seno de una sociedad. Es en ella donde aprenden
los valores. ¿De qué sirve que la escuela insista en la importancia de los valores
si luego ven a cada instante que están negados en las prácticas cotidianas?
¿Qué hacen el padre y la madre procurando que su hijo respete a todas las personas
si puede observar cada día que quienes faltan al respeto adquieren prestigio
y posición? ¿Qué hacen la familia y la escuela proponiendo unos modelos de ciudadano
y ciudadana si luego los medios de comunicación le dicen al niño que el modelo
es el futbolista multimillonario y a la niña la modelo de línea grácil que se
luce en la pasarela?
La educación no es un asunto que está solamente en las manos de los profesionales
de la educación. Toda la sociedad ha de cooperar en esa causa. Los Ayuntamientos
haciendo una ciudad educadora, los organismos de salud realizando tareas de
formación y de prevención, las ONGs atendiendo educativamente el ocio, las empresas
facilitando el trabajo a los jóvenes, las fuerzas de seguridad sirviendo a la
convivencia ciudadana... O estamos todos en esa causa o condenamos a la esterilidad
la tarea educativa de la escuela.
Todo educa o deseduca en la sociedad. Por eso es necesario el esfuerzo de todos,
la cooperación de todos, la generosidad de todos. Personas, instituciones, medios
de comunicación y organismos de cualquier tipo han de contribuir a esta tarea.
Si los profesionales de la enseñanza pretenden educar para el ocio y los capos
de la droga no tienen reparo en destruir la vida de los jóvenes, es difícil
conseguir el éxito. Si las familias insisten en la necesidad de ser honrados
y los niños ven cada día comportamientos corruptos de los políticos que nos
gobiernan, estaremos abocados al fracaso.
Le he oído decir a Humberto Maturana, a propósito de la llamada educación en
valores: "Yo creo que cuando uno tiene que enseñar algo es porque ese algo no
surge solo en la vida....Tenemos que enseñar porque aquello que enseñamos no
lo estamos viviendo. Yo creo que ese es el verdadero problema con los valores".
La educación exige la incorporación crítica de las personas a una determinada
cultura. No todo es aceptable en ella y que el ciudadano educado sabe distinguir
lo bueno de lo malo. Además, se compromete en la erradición de la injusticia,
de la discriminación y de la opresión. Y él mismo encarna los valores en la
propia vida.
Me impresionó la lectura de una Carta al Director aparecida en el periódico
El País en la que un alumno se quejaba de esta peligrosa dicotomía: educación
en valores dentro de la escuela y negación de los mismos en la sociedad. Decía
así: "¿Qué ha pasado en estos años desde que dejamos la escuela? Nos hemos convertido
en jóvenes trabajadores de una generación ideal que nunca existirá y humillados
por la sociedad real. Enseñados en valores constitucionales y defraudados por
demócratas que desprecian con demagogia y palabras sus gestos de desprecio a
la democrcia. Nos han hecho sentir vergüenza de aquello en lo que teníamos fe.
No mostramos agradecimiento a quien nos da sino desprecio por su debilidad.
Sólo nos queda el rsentimiento hacia el futuro y la compasión por lo que puidimos
haber sido y no nos dejaron. Querido maestro si no hubiera sido tan utópico
quizá nos habría ahorrado muchas frustraciones, pero todos le recordamos sin
embargo con cariño porque transformó sus sueños de inadaptado en nuestros ideales".
Afortunadamente este alumno reaccionó así. Otros se dejarán arrastrar por la
corriente y considerarán un ridículo inadaptado a quien les dice otra cosa.
Hace unos meses, una maestra de Ceuta me decía entre asombrada e indignada que
tenía un alumno que insistentemente le decía:
- Maestra, qué porquería de coche tiene usted. El día que yo quiera traigo a
la escuela uno mucho mejor.
Así había sucedido. Un pequeño golpe en el mundo de la droga había sido suficiente.
Los largos años de esfuerzo, trabajo y dedicación a la enseñanza no habían conseguido
tanto. Por eso, añadía la profesora, le había resultado tan desolador escuchar
a un niño contestar a la pregunta sobre lo que desaba ser de mayor.
- Yo, mafia.
Es el mundo de los adultos el que empuja a los niños y a los jóvenes al consumo
más acrítico, a la erotización incontrolada, al individualismo exacerbado, al
pragmatismo más grosero. Y esto, ¿para qué te sirve?, es la pregunta clave.
Lo que prima en la sociedad es salir a flote por encima de todo, tener mucho,
disfrutar mucho, ser el primero y conseguirlo todo ahora mismo con el menor
esfuerzo.
Nos lo recordaba hace días José Antonio Marina en un excelente artículo dedicado
a la adolescencia: "Es la presión de los adultos, entre otras cosas por razones
comerciales, la que está reduciendo el período infantil y lanzando, sobre todo
a las chicas, a un mundo obsesivamente sexualizado".
Los educadores y educadoras se quedan solos en un empeño tan difícil como ingrato.
A eso se le llama predicar en el desierto. Lo que vengo a decir en estas líneas
es que ese desierto debe transformarse en un oasis. No sería tan difícil así
convencer a los jóvenes de que hay árboles, de que éstos son hermosos, de que
debemos conservarlos para bien de todos. Y de que hay agua abundante que podemos
compartir para no morir de sed. Qué distinto es hablar en el desierto de lejanos
e hipotéticos oasis. Construir ese oasis es una deber y una exigencia para todos
los que formamos una sociedad y la queremos hacer mejor a través del método
más eficaz, más seguro y más duradero: la educación de los ciudadanos. Educación
que está en las manos de todos, como decía, y también de cada uno. Sí, de cada
uno de nosotros. A veces, los profesores exigimos más coherencia a las familias,
éstas se quejam del profesorado, los políticos demandan más profesionalidad
a los docentes, todos se la exijimos a los que gobiernan... Pero, ¿qué hace
cada uno? Lo dice de manera hermosa Philippe Meirieu en su libro "La opción
de educar. Ética y pedagogía": "El principio de educabilidad se desmorona completamente
si cada educador no está convencido, no sólo de que el sujeto puede conseguir
lo que se le propone, sino de que él es capaz de contribuir a que lo consiga".
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