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El azote gris

Verano. Calor y ocio para muchas personas. Para otras, abandono y soledad. Lo saben bien algunos ancianos y ancianas que viven en estas fechas la asfixia de la temperatura y, sobre todo, la amargura resultante del egoísmo de sus hijos y familiares. Como los ancianos resultan un estorbo para algunos planes, sus familiares los dejan en residencias o, más sencillamente, solos. Qué tristeza la de quienes han dado su vida por alguien que, llegado el momento, lo abandonan a su suerte. A su soledad.
Creo que la altura moral de una sociedad se mide por el trato que brinda a los niños y a los ancianos. Por eso resulta un escarnio arrinconar a los ancianos, burlarse de ellos, esconderlos a los ojos de las visitas, quitarlos de en medio para disfrutar de las vacaciones... El paso lento de los ancianos dificulta el ritmo frenético de nuestros pasos. Betty Friedan ha escrito un excelente libro sobre el arte y la ciencia de envejecer. Se titula "La fuente de la edad". En él habla de la vejez como una nueva aventura que hay que saber vivir. No es tarea fácil porque solemos pensar en ella cuando las velas empiezan a valer más que la tarta. Podemos enseñarnos mutuamente qué es y cómo es realmente envejecer. Para hacerlo más sabiamente, para evitar el terrible aislamiento de la edad. Lo que ella llama "el azote gris". Friedan sugiere que nos debemos preparar mucho antes siendo nosotros mismos a nuestra edad, cultivando amistades, adquiriendo independencia económica y, sobre todo, aceptando psicológicamente las condiciones de esa etapa de la vida.
Josefina Bianchi, un personaje de la excelente novela "De amor y de sombra", de Isabel Allende, que encarna a una famosa artista jubilada, en la Residencia de Ancianos "La volundad de Dios', dice a su interlocutor": 

- ¿Qué pasó, hijo mío? ¿Dónde están el vino, los besos, la risa? ¿Dónde los hombres que me amaron? ¿Y las multitudes que me aplaudieron?
- Todo está aquí, en su memoria.
- Soy vieja, pero no idiota. Me doy cuenta de que estoy sola.
He aquí la servidumbre, la desolada realidad. Muchos ancianos se encuentran solos. Muchos se extravían por los senderos de la vida. Porque se han ido aislando. Porque los abandonaron precisamente aquellos a quienes amaron. Escribieron durante muchos años cartas diarias de amor a sus seres queridos, pero ellos acabaron casándose con los carteros. La soledad es la peor condena de la vejez. Algunos ancianos, indefensos, son objeto de robos y de crueles agresiones.
A los ancianos se les niega hasta el derecho a la sexualidad. No parece "normal" que se enamoren dos personas de avanzada edad y cuando un anciano muestra interés por el sexo opuesto se le califica despectivamente de "viejo verde"... Resulta una broma cruel aquel reclamo publicitario: Joven ecologista busca viejo verde.
¿Por qué no compartir con los ancianos el tiempo, el recuerdo, las emociones de modo que juntos ahuyentemos el miedo a la muerte y a la soledad? Esa sería, a mi juicio, una señal de madurez de nuestra cultura y de nuestra democracia. No una bobalicona compasión. Esa actitud que clasifica las edades del ser humano en juventud, madurez y ¡qué bien te veo! Nuevamente habrá que recurrir al optimismo. A fin de cuentas, como dice Maurice Chevalier, envejecer no es tan malo cuando se piensa en la alternativa. ¿Y los miles de cosas apasionantes que todavía se pueden hacer (no digo sólo contar)?
Es muy triste comprobar cómo se va arrinconando a las personas por la edad y haciéndolas descender en el orden jerárquico de las empresas. A un anciano le decían con desprecio en "su" empresa de toda la vida: "En el escalafón ocupa usted un lugar entre el último empleado y la mugre que está detrás del frigorífico". Las ciudades están hechas para varones adultos, apresurados, conductores de coches veloces. No hay lugar en ellas para los ancianos. Y menos para las ancianas..
Ernesto Sábato, que sabe mucho de dolores y de ingratitudes, dice en su libro "La resistencia": "Me avergüenza pensar en los viejos que están solos, arrumbados rumiando el triste inventario de lo perdido".
Una sociedad que maltrata a los ancianos se degrada moralmente. Una pueblo que los olvida y arrincona se vuelve torpe y brutal, insensible e injusto.

Miguel Ángel Santos Guerra


  
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Edição:

N.º 180
Ano 17, Julho 2008

Autoria:

Miguel Ángel Santos Guerra
Professor Catedrático de Didática e Organização Escolar, Universidade de Málaga
Miguel Ángel Santos Guerra
Professor Catedrático de Didática e Organização Escolar, Universidade de Málaga

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