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Las lentejas de Diógenes
Cuando se gestiona lo público como una propiedad privada, hay que levantar la voz. Hay que exigir con energía. Pero existe un conformismo cada vez más arraigado. La norma de comportamiento que impregna el aire, que se respira sin cesar y que se ha instalado en los pulmones de muchas personas, se podría definir así: "Hay que estar a bien con el poder. Sólo así tendrás lo necesario e, incluso, lo accesorio. Si no adulas, si te quejas, si te opones, si criticas, no sólo no se te dará lo que es de justicia sino que te encontrarás en peligro". Cuando la sociedad somete a los críticos y castiga a los rebeldes, puede ganar la tranquilidad presente, pero pierde el futuro y la esperanza.
Los individuos domesticados se encuentran felices en su condición de súbditos. Han sido sacrificados en beneficio de sus jefes. Creen que engañan a quien les maltrata cuando no hacen otra cosa que atender sus intereses. El poderoso golpea y el imbécil cree que le ha engañado. Un individuo enorme entró en una habitación abarrotada de gente y preguntó en voz alta si alguien se llamaba Pedro. Se levantó un hombrecillo y dijo: Yo soy Pedro. El gigante casi lo mata. Una vez que se hubo marchado el agresor, todos pudieron comprobar con asombro cómo el apaleado se reía entre dientes: Cómo he engañado a ese tipo. Yo no soy Pedro.
Algunas personas alardean de su fidelidad y de su obediencia. Hay condenados que se sienten orgullosos de la amplitud de su celda.
Existen algunos indicadores que muestran cómo actúa un poder corrupto. Este podría ser el decálogo del poder corrupto:
Se beneficia de su posición para disfrutar privilegios, disponer de información relevante y comprar apoyos que facilitarán el mantenimiento en el poder.
Chantajea a sus enemigos con la amenaza de sanciones o la privación de beneficios.
Promete dádivas a cambio de fidelidad y apoyo. Dádivas que unas veces concederá y otras, según lo considere desde su peculiar criterio, aplazará indefinidamente.
Da prebendas a sus aduladores y de esta forma garantiza la continuidad en el poder ya que éstos tendrán que pagar con sus votos y con su apoyo.
Fomenta la existencia de correveidiles y de chivatos que hacen méritos llevando al poderoso noticias y chismes, más valiosas en la medida que se refieran a enemigos cualificados.
Niega lo que es de justicia a los críticos bajo cualquier excusa o pretexto y, en algunos casos, de forma descarada, prepotente y chulesca.
Miente y falsea la realidad, manipula la información y controla la prensa cuando viene bien a los intereses o a las causas que promueve.
Prepara, de forma obsesiva, pequeñas venganzas y a ellas dedica un tiempo desmesurado que hurta a los intereses generales que debe promover.
Persigue a los opositores, les fiscaliza de forma persistente, amenaza con hacer públicos los errores y almacena pruebas para utilizar en casos conflictivos.
Cuida una imagen positiva de sí mismo a través de gestos de galería y de manifestaciones que lleguen a los ciudadanos de forma tan clara como falsa.
¿Qué hacer ante una situación en la que el poder que ha de gestionar para todos hace gala de actitudes corruptas? ¿Cómo reaccionar cuando cerca a los opositores, controla la información, influye en la justicia y manipula la opinión?
Existen personas que plantan cara. Afortunadamente. Ante esas situaciones es preciso hacer acopio de valentía cívica. Se trata de poner en práctica la virtud democrática que consiste en luchar contra situaciones que difícilmente pueden modificarse. La valentía cívica hace que nos comprometamos en causas que ya de antemano se sabe que están perdidas.
Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio Aristipo, un filósofo que vivía confortablemente adulando al rey. Y le dijo Aristipo: Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esta basura de lentejas. A lo que contestó Diógenes: Si hubieras tú aprendido a comer lentejas no tendrías que adular al rey.
Qué terrible es la cobardía. Dice Montaigne que es la madre de la crueldad.

  
Ficha do Artigo
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Edição:

N.º 165
Ano 16, Março 2007

Autoria:

Miguel Ángel Santos Guerra
Professor Catedrático de Didática e Organização Escolar, Universidade de Málaga
Miguel Ángel Santos Guerra
Professor Catedrático de Didática e Organização Escolar, Universidade de Málaga

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