Aunque no siempre, la demarcación de fronteras entre las distintas materias y disciplinas científicas responde mucho más a un convencionalismo académico que a una fundamentación rigurosa y sistemática de los saberes, que las profesiones acentúan en su afán por especializarse o, a veces, únicamente por detentar el privilegio de la exclusividad. Por supuesto, no se trata de un fenómeno coyuntural; muy al contrario, la historia pesa mucho y, a menudo, también quienes ?de un modo otro? la protagonizan, ejerciendo una notable influjo en la generación y mantenimiento de resistencias que den paso a la adopción de nuevas lecturas acerca del conocimiento y de sus "funciones" sociales; entre ellas, las que se mueven en el todavía impreciso territorio de las profesiones educativas y sociales. Como se sabe, el mundo de la educación en general, y el de la acción socio-educativa, en particular, se ha acostumbrado históricamente a afrontar problemas y necesidades sociales caracterizadas por una gran complejidad con respuestas simples, temiendo invadir con sus actuaciones los terrenos de la política o de la ética social, especialmente en cuestiones que toman como referencia las desigualdades sociales, la exclusión y la marginalidad, las drogodependencias, el consumismo, la inmigración o el desempleo. Sucede en la escuela y en las políticas que se ocupan de la educación institucionalizada, cuando el predominio de lo curricular o del quehacer profesional docente oscurece, subordina y hasta margina cualquier otra iniciativa o experiencia formativa, por mucho que en sus planteamientos programáticos se declare la necesidad de reconocerlas y enfatizarlas; sirvan de ejemplo lo que hemos dado en llamar actividades "complementarias", "extraescolares", "transversales", etc., habitualmente derivadas hacia tiempos y espacios carentes de la entidad que su contribución a la formación integral de la infancia (que no sólo del alumno o alumna) deben tener, aunque sólo sea por la congruencia que ello comporta en el logro de aprendizajes múltiples, tanto como lo son los conocimientos, las emociones, las inteligencias o las convivencias que han de procurar en la sociedad globalizada. Acontece también en los servicios sociales y en las políticas sociales, en cuya concepción, planificación y desarrollo son numerosos los campos científicos, disciplinares y profesionales que están en condiciones de enriquecer no sólo sus perspectivas de reflexión y estudio, sino también sus prácticas, de modo que el trabajo social y, en el más amplio sentido del término, toda acción-intervención social se plasme en un conjunto articulado de prestaciones y servicios, de programas y recursos, mediante los que se garanticen los derechos y las responsabilidades de los poderes públicos con criterios de calidad de vida y de bienestar social? lejos, por tanto, de las cuestionadas y cuestionables orientaciones asistencialistas y benevolentes que han predominado en nuestras sociedades hasta las últimas décadas del siglo XX. La Pedagogía Social como campo científico en el que sustenta sus señas de identidad la Educación Social como una práctica educativa y social, creadora e impulsora de nuevos enfoques y estrategias en el diálogo educación-sociedad, explícitamente comprometidos con la construcción de una sociedad más justa, cohesionada y democrática, ha irrumpido en este escenario reivindicando nuevas lecturas de la educación y del trabajo social, así como de las amplias confluencias que, en las sociedades modernas, se han ido estableciendo entre las políticas educativas y las políticas sociales, entre las escuelas y sus contextos, el aprendizaje y la vida en toda su diversidad. Como ya hemos argumentado en otras ocasiones, se trata de profundizar en la apertura de la educación a sus realidades circundantes, poniendo en valor la transcendencia de sus aportaciones para afrontar no sólo las dificultades que comportan las situaciones de riesgo o de necesidad social, sino también aquellas que deben posibilitar un mejor y un mayor desarrollo humano, de cada persona y de las comunidades en las que se inscribe su cotidianeidad. En definitiva, socializar en la cultura de los derechos cívicos, capacitándoles para ser partícipes activos de las transformaciones que permitan acrecentar sus márgenes de libertad y equidad. Aunque no será fácil lograrlo sin que en el trayecto se pongan de relieve dos procesos que todavía no hemos conseguido asimilar en todas sus consecuencias teóricas y prácticas: de un lado, que la acción educativa-social es la vertiente pedagógica del trabajo social; de otro, que todo trabajo social comporta una tarea educativa, a través de la que se concretan aspiraciones básicas de los ciudadanos a una vida más plena, que en ningún caso puede soslayarse o limitarse al quehacer de las escuelas o, en sentido contrario, a la ambigua afirmación de que toda acción social, por el hecho de serlo, ya educa, confundiendo sus logros con cualquier clase de atención o labor promocional. De ahí que reivindiquemos un mayor conocimiento de los servicios sociales y del trabajo social en la escuela, como un sistema universal en el que juegan buena parte de su protagonismo los derechos y deberes cívicos, de todos los ciudadanos sean cuales sean sus circunstancias de raza, género, edad, etc.; de otro, que insistamos en la importancia de una educación que ayude a los servicios sociales a reforzar su perfil preventivo, a potenciar la autonomía de los sujetos y de los grupos, a reducir el carácter estigmatizante de determinados comportamientos y conductas, a facilitar la inclusión social, o a adoptar enfoques más integrales del desarrollo de las personas y de las comunidades? Estamos, en verdad, lejos de conseguirlo. No dudamos que lograrlo será bueno tanto para la Pedagogía Social como para el Trabajo Social; aunque para ello, lo Social debe admitir las deudas que tiene contraídas con una Pedagogía que lleva más de un siglo insistiendo en la necesidad de integrar lo educativo en la sociedad y lo pedagógico en el Trabajo Social. De momento, sigue triunfando la academia y el corporativismo. Mientras, pierde la sociedad.
José Antonio Caride Gómez
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