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La tragédia de los comunes

Garret Hardin  puso de moda la expresión  "la tragedia de los comunes" para referirse a la dificultad de proteger bienes colectivos. Uno de ellos es el agua. El agua es un bien escaso, precioso y caro. Nadie lo diría al sobrevolar el planeta, tan imprecisamente llamado Tierra.
Muchos podrían deducir, al ver las inmensas superficies marítimas y oceánicas, que el agua es un bien ilimitado y gratuito o, al menos,abundante y barato.
Habituados a ver salir el agua del grifo cuando lo giramos suavemente,no pensamos en la escasez de ese maravilloso bien, en la imprescindible racionalidad que exige su uso y en el coste tremendo que supone tener abundancia de agua de forma tan fácil.
Como todas las cosas que hacemos los seres humanos, el consumo de agua exige pensamiento y ética. Y eso se aprende. En la casa, en la escuela, en la vida. El agua es un recurso limitado y está distribuido, como muchos otros, de forma desigual. Esa desigualdad radica a veces en la naturaleza y el azar. Otras veces en la justicia (o, mejor dicho, en la injusticia) del reparto. Mientras unos disponen de agua para  regar los campos de golf, llenar las piscinas y proveerse de surtidores ornamentales, otros se mueren de sed. Mientas unos riegan sus campos que antiguamente eran desiertos, otros no disponen del agua necesaria para la limpieza y el consumo.
Una mala actitud es la de quien sólo se preocupa por sí mismo. Teniendo el agua necesaria para cocinar, beber, limpiar y cultivar, no le importa lo más mínimo lo que les sucede a los demás. Peor es la de quien por lucrarse no tiene inconveniente en destruir la naturaleza, acabar con los acuíferos o contaminar las aguas. Las  actitudes insolidarias dan lugar a la guerra del agua. Decía Mark Twain que "el wisky es para beber y el agua para luchar". La competencia por el agua dulce es feroz, no sólo entre los seres humanos sino entre todos los seres vivos que en gran medida están hechos de agua).
Hay que buscar soluciones racionales y justas. Hay mucha agua en los océanos, pero no sirve para muchos usos humanos. Samuel T. Coleridge, escritor romántico inglés de finales del siglo XVIII, puso en boca del viejo marinero protagonista de uno de sus poemas una frase certera. Paralizado por la calma chicha en medio del Pacífico, bajo "el sangriento sol del mediodía", el navegante de Coleridge, angustiado, proclamaba: "Agua, agua por todas partes/ y ni una sola gota para beber". 
Según algunos estudios, el 97,5 por ciento del agua es salada y está en los mares y océanos. El agua salada es fundamental porque la dulce, que tanto necesitamos, procede en su totalidad de la evaporación del agua del mar. El sol es el motor de esa enorme desalinizadora.  Según las cuentas de Shilklomanov, casi nueve décimas partes del agua dulce están congeladas formando los casquetes polares ártico y antártico y los glaciares de las altas montañas. O son aguas subterráneas tan profundas que resulta imposible extraerlas. En definitiva, de toda el agua que hay en nuestro planeta, poco más de cuatro partes de cada mil son agua Dulce asequible par la mayoría de los seres vivos. El escritor Marq de Villiers lo expresa de modo muy gráfico: "Si toda el agua de la tierra se guardara en un bidón de cinco litros, el agua dulce disponible no llenaría del todo una cucharilla".
El consumo de agua crece sin cesar. Cada vez que la población humana se duplica las exigencias de agua dulce se multiplican por tres. A lo largo del siglo XX el consumo de agua de nuestra especie ha aumentado siete veces.
(...) Dice Miguel Delibes Castro: "No habría que obcecarse preguntándose a cada momento "¿de dónde saco más agua?" sino "¿de qué forma puedo reducir su consumo?". Y existen formas para lograrlo: renunciar a ciertos usos caprichosos e innecesarios, hacer el gasto más eficiente, evitar pérdidas en las conducciones, gestionar mejor los acuíferos, reducir la contaminación que hace inservible el agua,  reutilizar las aguas residuales.
¿Qué tiene que hacer la política mundial? ¿Cómo atender las necesidades de los nueve mil millones de seres humanos que habitarán el mundo a mediados de siglo XXI? Es necesario evitar la estrategia del avestruz que, metiendo la cabeza bajo el ala, cree que han desaparecido los problemas. La ética política exige que se repartan los bienes con equidad. Y exige también que se protejan los bienes comunes con dureza, de manera que no se permitan abusos que acarrearán consecuencias fatales a corto o largo plazo.
Hay que abrir una discusión serena y profunda.  No se puede plantear de forma incesante la demanda de más agua argumentando que no es suficiente para seguir haciendo lo que hacíamos. Porque lo que hacíamos (construir de manera salvaje, hacer campos de golf en lugares inadecuados, fertilizar zonas inviables, desertificar de forma paulatina, provocar incendios devastadores...) ha llevado a la escasez preocupante de agua.
Es como si gastáramos más de lo que ganamos y reclamáramos aumento de sueldo sin someter a revisión el tren de vida que llevamos.
¿Qué tiene que hacer cada ciudadano? Los deberes de la ciudadanía exigen tener conciencia de los problemas del mundo.  Y, además, u comportamiento responsable y solidario. Hay que aprender a valorar el agua como un recurso imprescindible y, a la vez, muy caro. Hay que aprender a usarla de manera racional. Hay que evitar el gasto inútil: dejar el grifo abierto mientras se cepillan los dientes, tener abierta la ducha un tiempo antes de utilizarla, dejar corriendo el agua mientras se busca un objeto...


  
Ficha do Artigo
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Edição:

N.º 151
Ano 14, Dezembro 2005

Autoria:

Miguel Ángel Santos Guerra
Professor Catedrático de Didática e Organização Escolar, Universidade de Málaga
Miguel Ángel Santos Guerra
Professor Catedrático de Didática e Organização Escolar, Universidade de Málaga

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