En la sociedad que vivimos podemos asumir diferentes papeles.
¿Qué es lo que deseamos ser cada uno de nosotros? ¿Qué es lo que desean que
seamos quienes gobiernan? Podemos ser, sencillamente, súbditos que acatan las
leyes, que cumplen las prescripciones, que obedecen sin rechistar.
Como profesionales de la obediencia, la tarea consistiría en
conocer bien lo que se nos manda y en tratar de cumplirlo con la mayor
celeridad y perfección. A ser posible, con alegría. Desde esta posición , se
supone que quien manda busca lo mejor para los súbditos. Los jefes tienen la
obligación de pensar en ellos y por ellos y de decidir lo que es mejor para su
vida a corto y largo plazo. Saben incluso interpretar con intligencia su
esfuerzo. Un patrón dice con incisiva lucidez: "Las pirámides son el mejor
ejemplo de que, en todo tiempo y lugar, los obreros tienden a trabajar cada vez
menos".
La felicidad consistiría en ser disciplinados y obedientes, en trabajar con
denuedo sin rechistar. No sólo la felicidad individual. También la colectiva y
social. Si todos cumplimos las leyes, a todos nos irá bien. Desde nuestra
condición de súbditos, nos callamos y obedecemos. Podemos quejarnos, sí. Pero
no como un derecho sino como una camuflada insumisión. No es preciso pensar
mucho. No es conveniente hablar. Está de más oponerse y criticar a quienes
mandan. ¿Qué sentido tendría? Solamente crear mal ambiente y generar problemas.
La tarea de la educación consistiría en enseñar a obedecer, a respetar al que
manda, a aceptar las normas y, por consiguiente, las sanciones que acarrea el
desobedecerlas. Siempre se puede aprender a obedecer mejor.
Es cómodo ser súbditos. Otros piensan y deciden. Otros tienen la
responsabilidad de lo que sucede. La única tarea del súbdito es la de obedecer.
Podemos ser también meros clientes en una sociedad de consumo. ¿Qué hacen los
clientes? Estudian las opciones del mercado. Eligen. Venden y compran. Las
opciones son cada vez más complejas. Antes bastaba pedir un litro de leche. Hoy
hay más de veinte variables que debes tener en cuenta para elegir bien. Antes
pedías un pan. Hoy tienes que elegir entre muchas opciones. Para comprar un
coche has de hacer un master en mecánica y electrónica.
El cliente es una persona cuya principal tarea es comprar. ¿Cómo no percibir
esta función absorbente en la sociedad actual? Anuncios publicitarios, ventas
por Internet, campañas de venta a domicilio, almacenes abiertos a cualquier
hora... Por eso la máxima aspiración es tener dinero. Ser rico es tener la
capacidad de elegir. Y de que los demás lo sepan. Por eso dice Ponte di Pino:
"Un cretino rico es un rico; un cretino pobre es un cretino".
Somos consumidores de productos que constantemente se inventan creando
artificialmente necesidades nuevas. O comprar o morir. Se podría definir al ser
humano actual como "el individuo que compra".
Jaume Perich dice que la sociedad de consumo es como un "tiovivo": se nos monta
en un coche, se nos hace ir pagando y no llegamos a ninguna parte. En esa
carrera de compras absolutamente desenfrenada es preciso traer a colación la
advertencia de Séneca: "Si comprais lo superfluo, pronto vendereis lo
necesario".
En la sociedad actual podemos ser también ciudadanos. ¿Qué es lo propio del
ciudadano? Pensar, participar, decidir, ser responsable. Ser ciudadano en una
democracia no es limitarse a obedecer. Tampoco es suficiente votar. Porque el
voto no es el punto final sino el punto de partida de la democracia. Después de
votar hay que analizar, hay que pensar, hay que criticar, hay que exigir, hay
que participar.
Ser ciudadano no es sólo un derecho. Es un deber. Quienes mandan se olvidan
(salvo en períodos electorales) de que quienes les conceden el poder son los
ciudadanos y las ciudadanas. A ellos deben dar explicaciones. A ellos deben
rendir cuentas. En la política municipal hay que exigir que las calles estén
pavimentadas, que la iluminación alumbre, que los servicios funcionen... Es
bien sencillo: conseguir que todas las calles estén en las mismas condiciones,
al menos, que la del señor alcalde. El lo tenía que hacer así pero si, por
torpeza o incuria, no lo hace, como ciudadanos se lo podemos -y debemos-
exigir.
"Los líderes políticos tienden a dirigirse hacia los ciudadanos mediante
mensajes breves, simples eslóganes e, incluso monosílabos", dice Gurutz
Jáuregui en su libro "La democracia planetaria". Nos hemos vuelto más ingenuos
que el ser humano de la Edad Media. Cualquier explicación basta (o sobra).
Incluso ninguna explicación. Y nosotros, a callar.
Los ciudadanos de pleno derecho tienen la obligación de construir una
democracia real, más justa, participativa y auténtica. Lo cual quiere decir que
hay que ejercer la crítica, desarrollar la denuncia, presionar al Gobierno y,
en definitiva, participar. No sólo cuando algún derecho particular es
cuestionado, amenazado o suprimido sino cuando los derechos generales están en
peligro o están vapuleados.
Conformarse con ser meros súbditos es una traición a la democracia. Ser meros
clientes hace que estemos pendientes exclusivamente de nuestros intereses, de
nuestras compras y de nuestros beneficios. Ser ciudadanos exige un compromiso
con la democracia y, por consiguiente, con las libertades y los derechos de
todos los que integran la sociedad. "La democracia es una sociedad, dice
bellamente María Zambrano, en la que ser persona no sólo es posible sino
exigible".
|