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«El Principito» en la educación intercultural

La escuela debiera adoptar criterios firmes de acción pedagógica intercultural, para integrar e incluir, y no para expulsar a los niños que proceden de otras culturas, religiones, razas y lenguas, como consecuencia de la emigración o del exilio, o que pertenecen a otras etnias que históricamente han permanecido al margen de los beneficios de la cultura y de la integración social.

Es muy probable, casi seguro, que el lector ha tenido en sus manos y ha disfrutado de la lectura de esta bella y breve obra de la literatura universal, pensada y escrita para niños y para mayores, «El Principito», en portugués «O Principezinho». La novela de Antoine de Saint-Exupéry fue publicada en 1943, y en la actualidad está traducida a más de 250 lenguas y dialectos de todo el mundo.
Traemos a colación este tema de la educación intercultural y la posible contribución pedagógica de «El Principito» porque recientemente ha defendido con brillantez su tesis doctoral Olga María dos Santos Gordino sobre esta cuestión, O Principezinho, de Antoine de Saint-Exupéry, como recurso didático numa educação intercultural, y porque ante todo la obra puede sugerirse como un recurso pedagógico de gran atractivo para muchos profesores en sus tareas escolares cotidianas, para trabajar con los niños la educación intercultural.
La sociedad de nuestro tiempo dista cada vez más de la homogeneidad y el uniformismo en su composición social. Los europeos, es obvio, no somos químicamente puros, ni siquiera genéticamente, y menos aún en lo cultural. Somos al fin el resultado de un complejo proceso histórico lleno de hibridaciones procedentes de pueblos y comunidades muy diversas. Si nos miramos al espejo de la historia, como sugiere por ejemplo el historiador J. Fontana, comprobamos que lo que somos hoy, europeos, es el resultado de numerosos cruces, encuentros y lejanías, llegadas y marchas, integraciones y expulsiones de comunidades de procedencia muy heterogénea. Algunos lamentables intentos de uniformismo hegemónico y excluyente a partir de la defensa de una raza superior (remitimos al holocausto del nazismo apostando por la raza aria) causaron millones de muertes de ciudadanos indefensos (judíos, gitanos, entre otros), mucho dolor personal y colectivo, y la posterior respuesta mayoritaria de una Europa que no desea nunca más volver a generar y vivir un drama colectivo y genocidio semejantes.
Las escuelas de hoy, sus instituciones y la compleja organización del sistema educativo, en nuestros países europeos y occidentales, son expresión viva de esta sociedad multicultural y diversa, y debieran tomar buena nota de ello para cumplir con justicia y éxito los objetivos educativos que les pide cumplir la sociedad donde se insertan. En otras palabras, la escuela debiera adoptar criterios firmes de acción pedagógica intercultural, para integrar e incluir, y no para expulsar a los niños que proceden de otras culturas, religiones, razas y lenguas, como consecuencia de la emigración por razones económicas o del exilio por otras de orden político, o que pertenecen a otras etnias que históricamente han permanecido al margen de los beneficios de la cultura y de la integración social, como ha sucedido con los gitanos entre nosotros.

PROPUESTA DIDÁCTICA. Es fácil deducir que nuestra reflexión anterior guarda una estrecha relación con muchos de los elementos y valores que configuran el núcleo del mensaje de «El Principito». El autor de obra tan universal juega con la imaginación y el deseo de inclusión social con sus personajes. De manera en apariencia ingenua el principito visita planetas y culturas, propone valores de tolerancia y respeto, de acogida y amistad y no de expulsión y rechazo ante quien llega nuevo y diferente. Las diferentes narraciones construyen un discurso del encuentro y diálogo de culturas, por diversas y lejanas que parezcan, porque al fin el mundo, el cosmos, pertenece a todos, y debemos escucharnos, hablar entre todos, entendernos.
Lo interesante de la citada propuesta didáctica de Olga Gordino es que a través de experiencias de encuentro entre grupos de escolares de diferentes países europeos y con el uso de instrumentos informáticos relativamente asequibles se puede plantear un trabajo en las aulas explícitamente intercultural, tomando como base las lecturas y los debates que suscita «El Principito» a niños, padres y profesores. Merece la pena tomar nota de ello, porque no es una idea vaga, sino un material didáctico muy concreto que puede resultar muy provechoso para el trabajo intercultural en el aula, siempre que se den unas mínimas condiciones.
En todo caso, siempre la lectura reposada de «El Principito», una vez más, nos invita a la calma, a la reflexión, al cultivo de la humanidad, a pensar que es posible construir valores de amistad y no de competitividad y confrontación en la escuela y en la vida familiar, entre niños y adultos.

José Hernández Díaz


  
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