El objetivo de la Pedagogía Social es el de acompañar y ayudar a las personas en el proceso de dotarse de recursos que les ayuden a mejorar su situación en el mundo. Es por eso que su metodología se centra en las relaciones entre el educador y el sujeto.
Una mirada a la pedagogía o a los pedagogos del siglo XX muestra que una y otros se han focalizado básicamente sobre la escuela y sobre los aprendizajes de tipo individual y cognitivo. Así mismo, que dicha pedagogía ha estado fundamentalmente centrada sobre los contenidos y sobre la adquisición de saberes. La educación se focalizó sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje y ambos se organizaron alrededor de los contenidos. Las denominadas materias instrumentales – las matemáticas y la lengua – lo eran porque posibilitaban el acceso a la adquisición de mayor cantidad de conocimientos y de conocimientos más complejos. Lo que se salía de este esquema, por ejemplo las disciplinas artísticas – despectivamente denominadas “las marías” – era considerado secundario y, en muchos casos, totalmente prescindible. Una caricatura del perfil de un hipotético modelo de niño formado en las escuelas del siglo pasado mostraría una cabeza que ocupa tres cuartas partes del conjunto dejando sólo una cuarta parte o menos para el tronco y las extremidades. Todo lo que sucedía fuera de la escuela, aunque fuera planteado en términos educativos o socioeducativos, o bien tenía un estatuto pedagógico poco claro o no lo tenía en absoluto y se identificaba más con la caridad, la asistencia, la vigilancia, la salud mental, la enfermedad, la inadaptación o el cuidado social. Este reduccionismo de lo pedagógico a lo cognitivo puso en cuestión desde sus inicios el estatuto, la identidad e incluso el sentido de la pedagogía social. ¿Qué era o para qué servía una pedagogía – la social – que no hacía lo que se supone que hacen todas las pedagogías, esto es, que no se centraba en los procesos – cognitivos – de enseñanza-aprendizaje? Hace años que resulta claro que la educación ya no puede reducirse ni a la escuela ni a la edad escolar. También que la formación y el aprendizaje son continuos a lo largo de toda la vida y que se producen en contextos muy variados, no sólo en el escolar. Sin embargo, los procesos educativos centrados en lo cognitivo siguen siendo hoy mayoritarios, tanto en la educación formal como en la no-formal. En el contexto anglosajón, ésta ha sido una de las dificultades a la hora de importar las metodologías de intervención socioeducativa de la Pedagogía Social ya que allí la pedagogía ha sido tradicionalmente entendida sólo en su dimensión cognitiva. De hecho, la pedagogía ha sido definida en aquel contexto como la ciencia de la enseñanza y el aprendizaje y, en consecuencia, ha estado vinculada históricamente a la instrucción y a la escuela. Eso ha hecho que algunos autores, que abogan por instaurar la Pedagogía Social en aquel contexto, insistan en la necesidad de ampliar la pedagogía (extending pedagogy) para incluir en el concepto otras dimensiones además de la cognitiva. Desde sus inicios, la Pedagogía Social intentó mantenerse fuera de este planteamiento reduccionista. El no estar ubicada en una única institución específica le permitió huir del reduccionismo cognitivista al que fue sometida la pedagogía en el marco de la institución escolar. Sin embargo, el precio de esta falta de constricciones fue un estatuto difuso e impreciso que aun persiste en nuestros días. Quizá lo que más ha distinguido y diferenciado históricamente a la Pedagogía Social de otras pedagogías y, en especial, de la Pedagogía Escolar, ha sido el hecho de entender, pensar y plantear a la persona como un todo integrado. A menudo se ha apuntado a Pestalozzi como el origen de esta perspectiva con sus tres elementos en equilibrio: la cabeza, el corazón y las manos. Siguiendo al autor suizo se podría decir que cualquier acción socioeducativa requiere un planteamiento que integre cognición, afectividad, relación y acción. La autonomía personal, objetivo irrenunciable de cualquier tipo de educación o pedagogía, es un resultado integrado que resulta difícil de alcanzar con intervenciones sectoriales o fragmentadas como, por ejemplo, la cognitiva. Pero la Pedagogía Social va más allá al enfatizar la importancia de las relaciones interpersonales como un elemento nuclear de las acciones socioeducativas. Las relaciones humanas son tan esenciales en la Pedagogía Social que esta última ha sido caracterizada como una “pedagogía de la relación” y hay autores que afirman que la característica esencial de la Pedagogía Social es, precisamente, el uso consciente de las relaciones. Bengtsson y otros caracterizan el rol del pedagogo social en sus relaciones con los jóvenes con las ”tres Ps: profesional, personal y privado”. Esto significa que el pedagogo se relaciona con los otros a través de la técnica, a través de la relación personal y, sólo en aquellos casos que lo requieran, a través de su propias experiencias y vivencias privadas. El desempeño equilibrado de estos tres papeles busca generar unas relaciones más auténticas con los jóvenes. Esta idea del involucramiento, de la participación y del “vivir con otros como profesión” del pedagogo social es lo que lo diferencia claramente de aquellos profesionales que actúan desde la distancia del experto. En este mismo sentido se ha enunciado el denominado “tercero común” (the common third), un concepto esencial para la práctica de la Pedagogía Social. Se trata de generar actividades que requieran la presencia y el concurso conjunto del pedagogo social y del participante; actividades en las que ambos estén genuinamente interesados e implicados. Un espacio de encuentro – el tercero común – en el que los dos son iguales y del que ambos son co-responsables. Una perspectiva en la que uno y otro se constituyen en recursos para el éxito de la relación socioeducativa. A diferencia de la educación escolar, que focaliza sus acciones en una única institución, la Pedagogía Social diversifica los lugares donde actúa. Puede actuar en: la comunidad, la escuela, la familia, centros residenciales, ateneos, centros cívicos, centros de acogida, hospitales, la calle y un largo etcétera. Se ha insistido en que el ámbito “natural” de intervención de la Pedagogía Social es el de la vida cotidiana de las personas, los grupos y las comunidades. De aquí la diversidad de lugares. Este es, desde mi punto de vista, otro de los motivos por los que aquella ha podido escaparse del reductivismo cognitivo. El objetivo de la Pedagogía Social ha sido y es el de acompañar y ayudar a las personas en el proceso de dotarse de recursos que les ayuden a mejorar su situación en el mundo. Es por eso que su metodología se centra en las relaciones entre el educador y el sujeto –sea individual o colectivo – que aprende, se educa y vive. Si, también en este caso, hiciéramos una caricatura del perfil de un hipotético modelo de dicho sujeto, este debería mostrar un cuerpo equilibrado en el que la cabeza, el tronco y las extremidades tuvieran unas medidas proporcionadas.
Xavier Úcar
|