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Quiero ser alguien que aquí no existe!

Cuando los jóvenes de un país no tienen futuro es que el país tampoco lo tiene. Cuando piensan que su vida se encuentra en otra parte del planeta es que su patria ha dejado de serlo. Donde está el futuro está la patria. Donde está el trabajo está el futuro.

Muchos jóvenes españoles (y portugueses, creo) tienen la mente en otros lugares, en otros mundos. Su horizonte está más allá de las fronteras. El hecho de que la tasa de paro juvenil ronde el cincuenta por ciento en España es desesperante e inaceptable. No es que hayamos hecho algo mal. Es que lo hemos hecho casi todo mal para que las cosas estén así. Cómo nos las hemos arreglado para construir una sociedad en la que los jóvenes no tengan cabida?
Me duele esa sensación de desánimo y frustración que veo en mis alumnos y alumnas de la Facultad de Ciencias de la Educación. Esa vivencia que tienen de que todo es cada vez más difícil, más duro, más competitivo, más cruel. Esa sensación de que tendrán que hacerse un hueco a empujones. Es muy duro ir llamando de puerta en puerta, mostrar un expediente extraordinario y recibir como respuesta un portazo en las narices.
Qué mundo les estamos dejando? Qué modelo de sociedad les estamos ofreciendo? Cómo construir el país si los mejores se van a otros lugares en busca de futuro? Suelen emigrar los más emprendedores, los más voluntariosos, los más capaces, los más entusiastas. Gastamos el dinero en la formación y luego los echamos para que trabajen en otros países. Cultivamos con esfuerzo un árbol carísimo y lo trasplantamos para que otros cosechen sus frutos. O los subempleamos desperdiciando muchos años de preparación. Cuántas veces me he encontrado a mis exalumnos licenciados y políglotas en las cajas de los supermercados, fregando platos, repartiendo pizzas o atendiendo las mesas de un restaurante!

Me duelen los jóvenes que han hecho una, dos o tres carreras, que han aprendido varios idiomas y que ahora, después de tanto esfuerzo y tanto dinero no encuentran un puesto de trabajo que les permita vivir y construir un futuro.
Hace un tiempo les podías decir con claridad y contundencia a tus hijos e hijas:
– Estudia, que el día de mañana tendrás un buen puesto de trabajo, tendrás asegurada la vida.
Hoy no es así. Resulta desalentador ver ese interminable camino de capacitación. Hoy puedes estudiar hasta los treinta años y ver que, después, todas las puertas están cerradas. Por eso me parece un juicio inexacto e injusto decir que la juventud de hoy lo tiene todo muy fácil, más fácil que nunca. En un momento de la vida en el que se necesita valer para algo y valer para alguien, los jóvenes y las jóvenes se tienen que dedicar a llamar de puerta en puerta mendigando un puesto de trabajo y alargando de forma indeseada e insana la dependencia familiar.
Quién puede pensar en alquilar una casa y en fundar un hogar sin perspectivas de trabajo? Quién se arriesga a pedir un crédito para comprar una vivienda si el trabajo es provisional y precario? Y si lo piden, no se lo dan.

Estoy leyendo una novela de Silvia Avallone titulada “De acero”. Cuenta la historia de dos jóvenes italianas, Anna y Francesca, que están llamando a las puertas de la vida. Anna dice con desesperación:
– Quiero ser alguien que aquí no existe!
He visto reflejados en esa expresión a muchos jóvenes que conozco. El problema que existe cuando se cierran los caminos de la honestidad es que pueden abrirse los de la perversión. Se buscan formas de enriquecimiento súbito, aunque sea ilícito. Por eso no es de extrañar la respuesta de un niño cuando le pregunta su profesora en Melilla qué es lo que desea ser de mayor.
– Yo, mafia.
Es muy lógico. Él ve que, por mucho que estudie, no va a llegar a conseguir nada. Y que en unas horas dedicadas al narcotráfico o a la mafia puede hacerse rico. Es fácil también que el señuelo de las profesionales millonarias (futbolistas, artistas, cantantes...) deslumbre a muchos jóvenes. No han visto la parte dura del trabajo, no han reparado que por cada persona que triunfa hay mil que se quedan en el camino.

Qué se puede hacer, más allá de lamentarse? Hay que denunciar este capitalismo salvaje que deja un reguero de víctimas por donde pasa. Hay que terminar con la corrupción institucional que ha birlado tanto dinero y sembrado tan malos ejemplos. Hay que desarrollar políticas creativas, inteligentes y generosas que favorezcan el trabajo de los jóvenes. Hay que desarrollar programas de orientación profesional que ayuden a elegir aquello que se puede hacer. Hay que practicar la solidaridad. No es buen lema aquella vieja sentencia: “el que venga detrás, que arree”.
Si no queremos condenar el país al desastre, tenemos que atender las lógicas demandas de nuestros jóvenes. Tenemos que ofrecerles la posibilidad de labrarse un futuro digno y hermoso.

Miguel Santos Guerra


  
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