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Profesores a toda hora, ¿es justo? También una cuestión ética
Pocas cosas inquietan tanto a los profesores como los relojes y sus modos de pautar los procesos de enseñanza y aprendizaje. El tiempo, o más bien la falta de tiempo, escribía Andy Hargreaves años atrás, es el gran enemigo de los profesores, que lejos de poder administrarlo y acomodarlo a su voluntad, se limitan a padecerlo. En verdad, viajamos en el tiempo sin demasiadas opciones para cambiar sus trayectos, aunque es habitual que nos ilusione la posibilidad de programar y armonizar sus diferentes ritmos o secuencias. Como no hay educación sin tiempo, ni escuela que tenga la posibilidad de organizarse sin su concurso (incluso en los dominios de la enseñanza-aprendizaje virtual), ni profesor o profesora que pueda ejercitar bien su labor docente fuera de los márgenes temporales, a riesgo de ser considerado un irresponsable, la cuestión es de suma importancia para la educación y la vida cotidiana de las personas en muy distintos planos: curricular, institucional, social, cultural, psicológico, laboral, etc. El tiempo, lo expresó con acierto Aniko Husti, es un punto neurálgico de los sistemas educativos, en la dinámicas de los centros escolares? un importante desafío para la modernización de la enseñanza y la innovación escolar. También lo es para la ética, por mucho que se descuide esta lectura en las proyecciones de los tiempos educativos y escolares a la vida profesional de los docentes, sometidos como estamos a la obsesiva distribución de los días y las horas que traza una concepción esencialmente monocrónica (gerencial, burocrática, lineal, racional, absoluta, objetiva, cuantitativa, masculina, etc.) de los calendarios y horarios escolares, poco o nada condescendiente con las perspectivas policrónicas que han ido desvelando las más recientes percepciones acerca del valor y los significados del tiempo en la sociedad red que habitamos, a la que el sociólogo Manuel Castells ha tildado de ?atemporal?. En las sociedades del transporte y la comunicación, del ?rápido, rápido? que aboca a la irreductible vigencia del post, donde no siempre las coordenadas espacio-temporales se ajustan a los patrones del kronos (tiempo medible y objetivable, donde los haya), para reivindicar la vitalidad del kairós (tiempo percibido y por tanto cualitativo, acorde con la experiencia subjetiva de cada persona).., somos cada vez más conscientes de que gran parte de la felicidad de las personas depende de una adecuada planificación y gestión del tiempo de que disponemos. Lo que casa mal con la tensión ?o, si se prefiere, con el reto? que supone conciliar las diferentes ?ocupaciones? por las que transitamos en el día a día: el trabajo, la familia, las relaciones sociales, las necesidades fisiológicas (comida, descanso, higiene, etc.), los desplazamientos, el ocio. Todas ellas circunstancias que abonan el creciente interés de las publicaciones y de los ?profesionales? de la autoayuda por salir al paso de una preocupación tan humana, y acaso por ello tan dada a ciertas enfermedades ?temporales?: estrés, aburrimiento, fatiga, desasosiego, ansiedad, etc. De un modo u otro, un episodios con los que se dibuja el cuadro clínico de lo que hemos dado en llamar malestar docente. Aunque no los observemos como tales, esto sucede porque un número considerable de problemas que acosan a los profesores y a la educación tienen su origen en el foso cultural y, por ende, profesional que se abre entre el kronos y el kairós en la vida escolar: programas sobrecargados, horarios de apertura y cierre del centro educativo, atribución de la carga lectiva a las distintas disciplinas, los ritmos del aprendizaje y su evaluación, las modalidades de jornada lectiva, los períodos vacacionales, el mismo fracaso escolar? son realidades a las que no puede sustraerse el tiempo. Ni tampoco las maneras en las que los profesores y profesoras ?una distinción crucial en nuestras sociedades, tan proclives a poner de manifiesto las desiguales oportunidades vitales que ofrece el tiempo en función de la identidad de género ? inscriben su quehacer profesional en él. Viene todo esto a cuento de la exigencia, no siempre bien definida aunque cada vez más extendida, de que los profesores deben serlo a toda hora, dentro y fuera del aula, en el recinto escolar y en el exterior de sus muros, constantemente dispuestos a atender y resolver los problemas de sus alumnos allí donde estén. Y no parece justo. De ahí la ética de esta cuestión, inevitablemente ligada a cómo se delimitan las fronteras espacio-temporales de la profesión docente; y, en buena lógica, de las responsabilidades y compromisos que a ésta le corresponde asumir en el marco de sus competencias profesionales, que no deberían traspasar lo que humana, normativa y estatutariamente constituyen los derechos y deberes inherentes a su desempeño. Nada tiene esto que ver con el tan traído y llevado debate sobre la amplitud de las vacaciones del profesorado, la duración la su jornada laboral o sobre su mayor o menor colaboración en la resolución de problemas que afectan a la infancia, a sus familias o a la convivencia social, ante los que no pueden ni deben inhibirse o mostrarse indiferentes. Más bien alude a la imposibilidad de que el profesorado y la educación de las escuelas echen sobre sus hombros todas las contradicciones que emanan de los estilos de vida y de los modelos de desarrollo en los que nos hemos instalado en las sociedades avanzadas. Afortunadamente, que la educación sea permanente, integral e integradora de múltiples prácticas pedagógicas, no tiene porque entrañar la plena e incesante dedicación de los profesores a ese logro, como si se tratase de unos misioneros. Otros agentes educativos, también profesionales, y otras instituciones sociales, más allá de la escuela, pueden y deben hacerlo, aunque sólo sea por la vocación y aptitud ética que comporta construir una sociedad educadora de itinerarios más largos y diversificados que los que están obligados a recorrer los profesores.

  
Ficha do Artigo
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Edição:

N.º 159
Ano 15, Agosto/Setembro 2006

Autoria:

José Antonio Caride Gómez
Professor Catedrático de Pedagogía Social, Univ. de Santiago de Compostela
José Antonio Caride Gómez
Professor Catedrático de Pedagogía Social, Univ. de Santiago de Compostela

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